El género epistolar sigue triunfando a pesar de que las cartas, fuera de la ficción, pasaron a mejor vida. Eso no quita para que los románticos las echemos en falta.
Así, el ejercicio de escritura creativa que te propongo hoy te hará desempolvar tu pluma estilográfica.
¿Estás preparado?
El reto
El tercer reto #LiteraturaÀporter consiste en escribir una carta a un personaje histórico que admires. Este personaje puede ser desde un escritor, a un científico, a un pintor, un actor…
Puedes dejar tu creación en comentarios.
¿En qué consiste el género epistolar?
La novela epistolar es un método de narración único que combina un medio de no ficción con una narrativa de ficción.
En una novela epistolar, la historia se cuenta a través de cartas de amor, anotaciones en el diario, recortes de periódicos, telegramas u otros documentos. Una novela moderna en forma epistolar puede incluir documentos electrónicos como correos electrónicos o mensajes de texto.
La ficción epistolar puede ser monológica, en la que la historia se cuenta exclusivamente a través de entradas de diario o cartas del personaje principal, lo que representa su punto de vista. La escritura epistolar también puede ser dialógica o polilógica, que consiste en una serie de letras u otra correspondencia entre dos o más caracteres, en la que se representan múltiples puntos de vista a través de una serie de documentos.
A la hora de escribir tu carta ten en cuenta:
1. No olvides que se trata de una carta, no de una entrada en un diario
Tu personaje principal debe dirigirse a la persona a la que está escribiendo directamente en sus cartas. Considera frases como: “Sé lo que estás pensando” o “No te enfades, pero …”. Estas frases pueden ayudar a recordar al lector que hay una segunda persona involucrada en este intercambio.
2. No te excedas con el formato de escritura
Una cosa que puede que tengas que hacer al escribir un epistolario es no empantanarte con el realismo y los detalles asociados con el formato. Por supuesto, un poco de realismo y una pizca de detalles son lo que puede hacer que un epistolario sea grandioso, pero es fácil exagerar.
Por ejemplo, al escribir un intercambio de cartas, probablemente querrás dejar las firmas y saludos como “Estimado A” y “Saludos cordiales, B”. Pero no es necesario que incluyas las direcciones de correo ficticias en el sobre o los detalles del envío. Además, hay poca necesidad en calcular cuánto deben estar pagando tus personajes en gastos de envío o cómo comparten direcciones después de mudarse. Concéntrate en la historia que cuentan las letras, no en las minucias.
Esto se aplica a cualquier tipo de texto. Los correos electrónicos no necesitan marcas de tiempo ni direcciones. Los artículos de noticias no necesitan publicidad. Incluye detalles de formato que tengan una razón de ser o que complementen el texto, de lo contrario, omítelos.
¡Feliz reto!
Querida y admirada Frida,
No sé porqué, aunque lo intuyo, a las personas que más me conocen, les recuerdo a ti.
Supongo que tiene que ver con mi trayectoria confusa y desbordada, que si bien el tiempo va apaciguando, lo cierto es que el caos sigue latente en lo más profundo de mis entrañas.
Me cautiva la sombra de tu mirada insondable y tu sonrisa mesurada de labios gruesos, esa que ni un maldito accidente en lo mejor de tu vida pudo borrar; me inspira e impulsa a seguir adelante con la mía. Descubrí tu secreto: pintarse los labios cuando el corazón está oscuro fortalece el ánimo y levanta la barbilla.
Me gustan las flores que adornan tu cabeza. ¿Sabes? Yo ahora cuido a mi hija a través de las flores que cultivo, y las que más me gustan son las que tienen sus pétalos más rojos, como el rojo que siempre usabas para pintar la pasión, tan desmedida, tan desgarrada; porque la pasión tiene que ser todo eso y mucho más, como la tuya por Diego; si no fuera así, entonces sería otra cosa.
Sé que no soy la única, pero quería que supieras que en mí también hay dos caras, como en uno de los primeros cuadros que pintaste. Te digo que no soy la única, porque a la luna le pasa igual. Dependiendo de la intensidad y el color de la luz que me alumbre, asomo una u otra: tristeza o alegría, amor u odio, deseo o tedio.
Cuando cumplí 50 años, mis amigos me hicieron una fiesta sorpresa donde todos iban vestidos de ti. Nunca olvidaré cuando al entrar en aquella sala, un montón de Fridas gritaron a la vez deseándome que fuera feliz. Y en eso estamos, buscando la felicidad entre los pliegues de la piel, en los rincones del bosque, en otros ojos.
Quería preguntarte si tú llegaste a encontrarla antes de morir; a la felicidad me refiero.
Porque si tú lograste ser feliz, entonces yo no desistiré.
Ahora te tengo que dejar, Frida, que ya está anocheciendo y toca pintar sueños.
La Coruña, Diciembre 2020.
Hola María Pita
Mi nombre es Paola, y he llegado hace poco más de un año a vivir a La Coruña, tu ciudad. Ha sido un gran placer conocer tu historia, o al menos lo que se cuenta por aquí. También he ido a visitar tu casa, que ahora es un museo.
Toda esta ciudad te venera por tu acción contra la armada inglesa. Dicen que al matar tu al hermano del almirante Francis Drake, las tropas se desmoralizaron y se retiraron. Permíteme preguntarte María Pita ¿es verdad?
Según mis cálculos en 1589 tu tendrías 24 años, yo no sabía que mujeres iban al campo de batalla en esa época. Aunque he ido descubriendo eso también en otros lugares, como Arabia, donde la no muy conocida Hint, también participó en batallas, allí por el año 600.
A ustedes dos las separan muchos años y km, sino podrían haber sido amigas. O mejor aún, podrían haber creado un grupo de Facebook “Mujeres en batallas”.
Seguramente ya lo sabes, pero tu acción te daría una estatua en el punto más importante de esta ciudad, no creo que en ese momento pensaste en eso, ¿verdad? Me gustaría que me cuentes como se movía una mujer en ese ambiente tan duro físicamente, generalmente copado por hombres.
Mentalmente puedo entenderte, las mujeres somo más fuerte de lo que parecemos, pero te admiro por tu fortaleza física.
No creerías que hoy en 2020 todavía algunos piensan que somos débiles, esas personas deberían hablar contigo.
No estoy de acuerdo con las guerras, las considero inútiles. Pérdida y pobreza para algunos y riqueza para otros, pero la historia habla de muchas batallas, y me pregunto si no habrá más mujeres como tú, desconocidas, que jugaron papeles fundamentales.
Yo nací y crecí en Argentina, allí estudiamos en el colegio a San Martin. Quien liberó a Argentina y otros países de América del Sur del Imperio Español. Nos enseñaron que mientras él iba liberando pueblos, su esposa, Merceditas, bordaba la bandera. Siempre me pareció graciosa esa historia, y no la creía para nada. Las mujeres antes tenían una carga de trabajo increíble, me pregunto si tú, después de matar al señor y salvar la ciudad, tuviste que lavar tu ropa ensangrentada y la del algún soldado más y luego, preparar la comida para todos. Además de cuidar a los niños y limpiar la cocina luego.
¡Ahora tenemos robots para casi todo María Pita! unos lavan los platos, otros aspiran el suelo, otros lavan la ropa. Tenemos más tiempo para estudiar y pensar, es buenísimo la verdad.
Y estoy segura de que, si hubiera que salir al campo de batalla, saldríamos todas como lo hiciste tu.
Gracias por seguir adelante, incluso en los momentos más difíciles, tu eres una inspiración para todas las mujeres y los hombres también.
Un abrazo, Paola
Querida Clara,
Permíteme que me dirija a ti con cierta familiaridad, pero, si bien no tenemos la misma sangre, estoy segura de que compartimos algunos genes. Te sorprenderá esta afirmación, y pensarás que no me conoces de nada, pero el motivo es que, al igual que tú, soy feminista, lo que considero una característica intrínseca a mi condición de mujer.
Por supuesto no pretendo ni puedo compararme contigo. Tu lucha cambió la vida de todas nosotras y yo me limito a acciones y comentarios del día a día en mis conversaciones habladas y escritas, y a difundir a través de recomendaciones, cuanto cae en mis manos sobre la evolución de nuestros derechos.
A ti te debemos que hoy las españolas podamos votar libremente, gracias a tu firme convicción y defensa ante un mundo en el que la mujer tenía pocas más opciones que el cuidado de la casa y la familia.
Puedo imaginar lo difícil que fue luchar contracorriente para que se te tuviera en cuenta en la época en la que te tocó vivir, y batallar con tus compañeros de partido e incluso con otras mujeres, también políticas.
Pero lo conseguiste, aunque para ello tuvieras que pagar un alto precio, como el exilio sin retorno a tu país.
No puedo estar más de acuerdo con tu afirmación sobre que el siglo XX sería el de la emancipación femenina, y que es imposible imaginar a una mujer de los tiempos modernos que, como principio básico de individualidad, no aspire a la libertad.
No sé si desde donde te encuentras puedes ver cómo están las cosas por aquí. Ahora tenemos hasta un Ministerio de Igualdad, y aunque hemos conseguido mucho, todavía queda tanto por hacer… Solo espero que se avance desde el trabajo y la formación, como hiciste tú, una pionera entrando en la universidad donde prácticamente solo estudiaban hombres, siendo la segunda abogada en Madrid, y saliendo elegida diputada cuando ni siquiera existía el sufragio femenino en España.
Ojalá en este siglo XXI, las nuevas generaciones de hombres y mujeres no permitan que se les manipule. Ojalá reciban una educación que les deje pensar por si mismos, y comprobar que son iguales en capacidades y sentimientos, sin ser arrastrados al odio entre géneros, y ojalá que no les parezca normal la violencia en ninguna de sus formas.
Ya ves, como te decía, todavía queda mucho por hacer, pero no te sientas triste, tu trabajo y esfuerzo no fue en vano. Tú eres un referente para el feminismo, y a ti te debemos todo lo que somos hoy en día. Por eso quiero darte las gracias.
Hasta siempre,
Mercè
Querida Sylvia Plath,
¿Por qué tuviste que hacerlo?
Tanto talento por delante desperdiciado. Tanto que contar perdido.
¿Cuáles fueron tus razones? ¿La pérdida de tu padre? ¿Tu marido?
Tal vez tenías mucho que decir en una sociedad que no iba a entenderte. Tal vez querías algo más que ser madre y esposa.
Tal vez sólo querías ser escuchada, tratada como igual.
En el fondo debiste tener valor para decir adiós de aquella manera.
Cuan desesperada debías de sentirte. Lo percibo en cada uno de tus versos; en cada palabra.
Si supieras los sentimientos que suscitas en tanta gente en estos días, tanto tiempo después. Te sentirías dichosa.
Permanecerás en nuestros corazones y lo harás por siempre.
Con cariño.
Elena
Mi querido Gustavo:
Permíteme que me dirija a ti como si fuéramos viejos amigos, porque como tal te he sentido desde hace mucho tiempo.
Te conocí a través del arpa que descansaba olvidada en el ángulo oscuro del salón. Era apenas una niña que acababa de aprender a leer. No te entendí. Entonces no. Años después, mi querida profesora de literatura, Carmen, comentaría que esa rima se salía un poco del tono de las demás, que era quizá de las menos becquerianas, a pesar de contarse entre las más conocidas.
No recuerdo cuando mis pasos volvieron a acercarme a ti, no recuerdo si tu poesía y tu imagen llegaron juntas o por separado pero cuando empecé a leerte con conciencia, a sentirte, tu voz tenía el rostro del retrato que te pintó Valeriano. Como tú de él, esa imagen se ha hecho inseparable de ti. Las fotos no te muestran exactamente así pero poco importa. Tu hermano te conocía bien, supo ver más allá, supo, como tú, que un solo lenguaje no basta para abarcar el alma, que la poesía es también música y pintura, que la magia necesita corazón en las pupilas para suceder.
Mi querido Gustavo, no recuerdo cuando llenaste mi corazón de magia, cuando empecé a intuir lo invisible pero sé que entonces comencé a amarte. Alguien dijo que no se ama lo que no se conoce. Te leía y sentía que me susurrabas ese himno gigante y extraño que todo lo cambia, que hace despertar lo divino que llevamos dentro, que nos hace trascender en tiempo y espacio. Por tu poesía desfila tu pena, el amor derramado en vaso agrietado, en mujeres sin alma, pero más allá de eso, tu poesía es melodía que permanece, tu poesía desprovista de artificio es perenne. Me habla, me hablas desde el tiempo y la distancia. Te siento, te hago presente.
Todo mortal, dicen que fueron tus últimos palabras. No lo creo, no lo crees. Si supieras, no, si supieras no, estoy segura de que sabes que allá donde hollaron tus plantas no habita el olvido, tampoco tu recuerdo: habitas tú, toda tu energía, toda tu poesía y la fuerza de tus leyendas, la belleza de las cartas desde la celda que guardaba tu alma. ¿Sabes que hubo un eclipse en Sevilla el día de tu muerte? Montesinos o Gestoso, no recuerdo bien, o tal vez los dos, pensaron que la ciudad lloraba por ti.
La oscuridad no puede eclipsar la luz sino momentáneamente, tu mortalidad también fue momentánea, un instante para abandonar el cuerpo y volverte presente en todos los corazones.
Debes saber Gustavo, que además de en el Panteón de los Sevillanos Ilustres, con Valeriano, también estás a la orilla del Guadalquivir, como querías. He paseado varias veces por allí, en distintas compañías, mi pasado y mi presente, sin estar, estás. Siempre estás.
Pero no te escribo para contarte lo que sin duda ya sabes. Te escribo para formalizar, de alguna manera, lo que también ya sabes. No es la primera vez que protagonizas mis escritos. Has estado en algún microrrelato y, antes de pensar en dar forma literaria a las ideas que pueblan mi mente, te agregué, sin pensarlo dos veces al ensayo que preparé para mi asignatura de Literatura Inglesa de quinto de carrera: Blake, Coleridge, Byron y por mi cuenta y riesgo Bécquer. He de decir que acerté y que a Ricardo le encantó y sorprendió la idea. Tal vez desde entonces también hayas estado presente en sus clases pues prometió plagiarme. Le di permiso, al fin y al cabo, sus lecciones me habían aportado mucho más.
Te escribo, Gustavo, para hablarte de Tábata. Nació de un relato corto, uno de tantos. Pudo, como muchos de esa época haber permanecido congelado durante décadas, como los embriones adoptados (de eso te hablo otro día) y sin embargo, al final de su recorrido en mi mente sonó tu nombre. Tábata, como bien sabes, es ciega pero no hay razón física para ello. Su ceguera es la que le permite viajar en sueños y tú aparecías al final de ellos, como guardián del dolmen que se abriría dejando paso a la luz en sus ojos. Pensé en dibujar dos o tres escenarios y llevar a Tábata hasta ti siendo niña pero los hijos de nuestra imaginación, como me enseñaste, a pesar de su hambre y desnudez a veces crecen y Tábata corrió más aventuras de lo previsto. Se trasladó a Sevilla a estudiar Bellas Artes, se alojé en San Lorenzo, cerca de la casa que te vio nacer y te presintió. ¿Hace falta que siga? No es lo normal, pero cuando el amor es fuerte, la conexión funciona más allá del tiempo y espacio. Tú también la soñaste y soñándola te recortaste en su ventana y soñándola la guiaste hasta Toledo y todo fue casi posible… un amor que no escribiste, unos cuantos meses antes de regresar a Madrid, un amor que he intentado vestir con palabras en mi novela.
Espero haberos hecho justicia, a ambos, a Tábata y a ti. Sentí, lloré, comencé a amar de nuevo. Fuiste valiente, la obligaste a volver, a vivir en su tiempo, abrazaste la muerte para que ella viviera pero el amor, si es de verdad, queda y ella, de alguna manera te llevó consigo, porque de alguna manera también yo te llevo conmigo, también yo te amo. Tal vez fuiste tú el primero en escribir en mis versos, en sembrar la semilla que me llevara, como a Tábata, hacia ti, que me mostrara que, como a ella, el amor me aguardaba en mi mundo real, en los ojos de quien me enseñó que lo esencial es invisible a los ojos.
Querido amigo, pido tu bendición para mi novela, para la parte que protagonizas y pido tu protección para lo que es esencial en mi vida.
Gracias. No dejes de escribirme, escoge el medio que quieras, ahora tenemos Internet y WhatsApp pero tú solo necesitas susurrar a mi corazón, incluso si usas el arpa te entenderé.
Hasta pronto. Mil besos.
Loli
Querido Harri, perdona que te tutee, pero nos conocemos desde hace años. Mejor dicho te conozco yo.
La primera vez que te vi luchabas contra las fuerzas del imperio. Tu sarcasmo, audacia y esa sonrisa torcida me cautivo. Mi amiga Dolores fue la celestina de nuestro primer encuentro. Desde entonces me enamoré de ti, al menos de forma platónica.
Luego llegaste con látigo, cazadora de cuero y sombrero. Tu barba de tres días y tu desaliñado cabello terminó convenciéndome de que había pasión en nuestros encuentros. A oscuras un hormigueo recorría mi cuerpo, una sonrisa bobalicona asomaba en mi rostro y los ojos me hacían chiribitas.
Aquel baile en el granero al son de la canción, “Wonderfull world” de Sam Cooke, terminó siendo nuestra canción.
No llevé bien tus flirteos, es de reconocerlo. Enamorarte de Rachel, aquel engendro mecánico me repateó el hígado. Solo en ese momento te fui infiel y me marché con Roy “El replicante”, pero tienes que comprenderlo era un poeta. Nunca olvidaré sus últimas palabras antes de morir… “Yo he visto cosas que vosotros no creeríais. Naves de ataque en llamas más allá del hombro de Orión. He visto rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir.”
Después de aquello te dio por dejarte el pelo largo e irte a esa Costa infectada de mosquitos. Por dos veces te acusaron de matar a tu mujer y algo de verdad tendría que haber en esa acusación cuando tu mujer se te presentaba como un espectro.
No se puede ser un eterno fugitivo, tienes que hacer frente a tus delitos. Tú debías de saberlo mejor que nadie, que para eso has sido detective.
Ya en los últimos años creo que algo te estaba pasando. Irte de cowboy a luchar contra alienígenas, perderte en Alaska rodeado solo de husky siberianos. Así has terminado siendo asesinado por tu hijo Kylo Ren. —Nunca le perdonaré ese niñato que lo hiciera—.
Por eso miro al firmamento esperando verte en otra nueva secuela.
Te quiere la chica que nunca llegaste a conocer.
Estimado Miguel:
Aún siento el hormigueo de los granos de arena que se colaron por mi ropa aquella tarde en la que, sentados en la duna, dejábamos pasar al viento hambriento de árboles inexistentes en los que descansar. «Si no le haces caso se marchará por donde ha venido, o por otro sitio, con total libertad» – dijiste.
La libertad que apresábamos entre nuestras manos y que quería robarnos. La libertad de la palabra, del silencio, del mar. La libertad reducida a una isla ocre envuelta en azules claros y oscuros, en escasez de agua dulce, en abundancia de amabilidad.
Y entonces el viento volvió sigiloso e insistente y las hojas de las palmeras chocaron suavemente entre sí sonando como cañas de bambú. «Es difícil averiguar cómo pueden imitar algo que nunca han oído» – te contesté.
Los camellos desfilaban delante del telón de la puesta del sol y veíamos sus figuras oscuras balanceándose al andar; moviendo al compás siempre las dos patas de un mismo lado, que imprimía a su lomo un baile difícil de imitar. «Nadie les dijo que no podían hacerlo. La jurisdicción política acaba donde empieza el Atlántico a embravecer.»
Bajamos la duna y la arena tornó negra, cálida. Los dedos de tus pies largos y huesudos escarbaban y salían a la superficie como si escribiesen la poesía que les ibas dictando con tus ojos vivarachos. «Hay que sentir el pensamiento y pensar el sentimiento».
Y sentimos el vaivén de la sal y el devenir de las olas; así fue como conquistamos la orilla.
Anduvimos despacio, temiendo pisar los graznidos de las gaviotas. Íbamos de vuelta al pueblo. Te detuviste en seco, seco como tú eras, seco de carne, seco de piel tirante por la humedad marina. «No quiero marcharme». Una confesión que desdibujó tu rostro con angustia y aguarrás.
«Ay, Unamuno…si era lo que más deseabas».
«Si una persona nunca se contradice a sí misma, debe ser que no dice nada.»
Nada es este recuerdo que se cuela por mis arrugas como los granos de arena de aquella duna, de aquella tarde, de aquella isla.
Dime, Miguel, ¿podremos volver?